sábado, 5 de enero de 2008

LA FRAGUA

¡A martillazos...!
A martillazos, te rompen los sentimientos.

Con un cincel y un martillo, ¡te parten el alma!
Cogen tu ser, le meten en una fragua...
¡y lo funden!

No importa, no importa que grites:
¡Qué yo, soy yo...! ¡Qué no me parezco a nadie!

Da igual. No te escuchan...

A todos, hay que marcar como ganado;
en la carne.

¡Qué tengo de barro el cuerpo!
¡Qué quiero estar con mi madre!
No quiero escuchar el tiempo...
A mí, me da igual quien mande.
Quiero hablar, respirar... ¡y ver como cae la tarde!
Contemplar las estrellas... ¿y bebérmelas!
En balde. ¡Es en balde! ¡Es igual lo que tú sientas!
Eso no le importa a nadie.

Ya han escogido tu nombre, tu destino.
Te han marcado y llevado a tu camino:
allí te dicen que andes, que no te salgas de él
o sabrás lo que es el hambre.

No te dejarán comer, ni beber, ni podrás oír a nadie.
Te podrán de catalina en una rueda muy grande.
No verás amanecer...
¡Ni cuando se pone el Sol!
Serás para siempre un becerro; sin cara, sin expresión.
Andarás a cuatro patas, dormirás en un rincón,
y tu piel arrancarán para quitarte el calor;
o quizás para tapar, a la Doña de algún Don.

Tu piel, no será tu piel.
Tu cabeza, de cartón.
¡todo tú, serás guiñapo!
Carne trémula, fundida:
ceniza de viejo fogón sobre la tierra exparcida.

¡Y tú... ya no serás tú!

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